Todo el mundo está de acuerdo en que la accesibilidad es importante, pero lo cierto es la mayoría de las publicaciones hoy en día no son accesibles, y se necesitan esfuerzos grandiosos para enmendarlas, esfuerzos que la mayoría de los editores no pueden costearse. Rehacer archivos para incorporar elementos de accesibilidad es una tarea que consume gran cantidad de tiempo. Y, sin embargo, es una urgencia que no puede ser aplazada.
Se calcula que las personas con discapacidad representan el 15% de la población mundial. Y esto es una realidad que va en aumento. Estudios realizados han mostrado que los casos de discapacidad visual están creciendo. De hecho, las proyecciones sugieren que las cifras podrían duplicarse en los próximos 30 años. Esto supone un porcentaje importantísimo de la población que está en desventaja a la hora de adquirir conocimientos, desarrollar una carrera profesional o sencillamente disfrutar del ocio. La accesibilidad es un imperativo que tiene que ver con nuestros derechos fundamentales. No es posible una democracia en la que una parte de la población se vea desfavorecida respecto de sus posibilidades de participación en la vida colectiva.
Existe también una serie de equívocos respecto de la accesibilidad en libros. Por ejemplo, muchas veces se confunde un libro accesible con un audiolibro, y en algunos contextos hasta se utilizan como términos intercambiables, pero lo cierto es que ni todos los libros accesibles son audiolibros ni todos los audiolibros son accesibles.
Es posible que una obra que sea accesible para una persona no lo sea para otra; los requisitos varían en gran medida, según las capacidades de las distintas personas, sus habilidades y preferencias. En términos generales, un libro “accesible” es el que ofrece la máxima flexibilidad de uso a todos los lectores y permite acceder al contenido y manipularlo con facilidad tanto por las personas que tienen discapacidades como por las que no las tienen.
Si bien es cierto que un libro con audio incorporado es un plus, hay una serie de otras preguntas que plantearse al respecto. La más importante es si el libro es fácil de manipular (si la persona discapacitada puede acceder a él desde su computador o puede navegar por una web hasta encontrarlo). Un audiolibro puede contener una narración que una persona ciega pueda seguir, pero si carece de un sistema de navegación que su dispositivo de asistencia (lector dedicado, computador o teléfono celular) pueda interpretar, el libro es inútil. Esto sólo es un ejemplo de cómo se puede crear un libro con la mejor de las intenciones para ponerlo a disposición de personas con necesidades especiales y sin embargo terminar haciendo un libro inaccesible.
Otro malentendido recurrente es creer que el problema se reduce a personas ciegas: sólo el 15 por cierto de los usuarios de Bookshare son ciegos, pero la mayoría son disléxicos. Problemas de audición y movilidad también pueden hacer que una publicación resulte a la larga inaccesible.
Junto con esto, también existen una serie de discapacidades situaciones o temporales: personas que han sufrido un accidente (y han perdido la capacidad de pasar las páginas de un libro, por ejemplo, y dependen de un dispositivo que reconozca su voz y pueda seguir sus instrucciones a la hora de navegar por un libro) o incluso personas que están en un contexto en que no es posible la lectura visual.
Esto nos lleva a la pregunta más importante: ¿cómo una persona con necesidades especiales accede a un contenido determinado, pongamos por caso, un libro?
Aquí hay una gran variedad de respuestas, dependiendo del tipo de discapacidad, o de handicap en general, o del dispositivo que tengan a mano. Las tecnologías de asistencia son múltiples y en muchos casos están incorporadas en los dispositivos o en las aplicaciones que el usuario de ese dispositivo tiene instalado en su sistema operativo. Pueden utilizar (si está disponible) el Text to Spech (la tecnología que permite que el texto se renderice como audio sintetizado), acceder al audio incorporado, o un lector de Braille. Pero en todos los casos, que el usuario acceda al contenido depende del etiquetado del archivo que el dispositivo debe interpretar. Los dispositivos, por avanzados que sean, no pueden hacer magia: no son capaces de identificar la navegación del texto (la tabla de contenidos) si el editor no la marcado en el código del libro, ni es capaz de ofrecer media overlays (sincronización de audio y texto) si esta característica no ha sido codificada en el archivo. Un libro accesible es un libro cuyo contenido puede ser leído por una persona con dificultades para acceder al libro impreso, pero esa es sólo una parte de la ecuación: el libro debe estar también en condiciones de ser interpretado por una maquina y de que esta pueda entender qué parte del texto es un título, cómo hallar el índice o incluso dónde encontrar la información para describir una imagen que añade algo al texto.
Una cuestión importante es el formato. El ePub es ampliamente considerado como el formato estándar para la diseminación de contenido accesible. Y sin embargo, hay una importante mayoría de editores (de libros comerciales, pero también de textos escolares, o hasta de publicaciones académicas) que insisten en producir (o enviar, sencillamente) PDFs. Dado que la función principal del PDF es emular el papel en la pantalla, no parece una elección muy acertada. Y aun cuando existe la posibilidad de preparar un PDF para incluir muchas características que mejoran la accesibilidad, esto es algo que exige o bien una cuidadosa planificación (para incluir estas características en el flujo de trabajo editorial) o un importante gasto de tiempo para enmendarlo (en caso de que lo que se quiera es hacer accesible, por ejemplo, un PDF preparado originalmente para ser impreso). Por supuesto, un PDF jamás podrá adaptarse a cualquier pantalla de la manera que lo hace el contenido etiquetado en HTML. Si consideramos que un recurso cada vez más empleado para acceder a contenidos, incluso libros largos, es el teléfono celular, podemos ver que como solución, dista de ser satisfactoria.
Para responder a estas inconsistencias, podemos establecer que lo ideal sería que:
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Las publicaciones nacieran accesibles, lo cual quiere decir que es necesario que fueran creadas como parte del flujo de trabajo normal de la editorial y no que requirieran que se las enmendase a posteriori. Y,
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que los potenciales usuarios de una publicación accesible pudieran utilizar la misma edición que los demás lectores y al mismo tiempo que todos ellos.
Garantizar esto supone convalidar un derecho: el acceso a la información. Y también significa que los parámetros y criterios para crear una publicación accesible deben estar incorporados en nuestro workflow.
Este es el tema de este taller.